26 de agosto de 2014

La mágica hierba de San Juan
Revista Quercus nº 320

La hierba de San Juan es capaz de prolongar su ciclo de crecimiento y eludir el agostamiento que padecen otras plantas. De este modo, su floración se mantiene lozana durante varias estaciones. Todo ello gracias a su enorme resistencia y a las peculiares sustancias tóxicas que genera para defenderse de los herbívoros.

 

La flores de la hierba de San Juan (Hypericum perforatum)
carecen de néctar, pero su abundante polen es capaz de atraer a numerosos insectos.

A principios del otoño todavía se aprecian los restos de la dura batalla librada en nuestros campos durante el verano. Las hierbas que se agostaron hace varios meses siguen erguidas, enjutas y teñidas de un monocromo color pajizo. Algo desmoronadas, las inflorescencias secas y las espigas vacías narran el final de una historia.

Pero, casi de inmediato, empieza a atisbarse el comienzo de un nuevo ciclo para muchas de las hierbas mediterráneas. Las deseadas lluvias otoñales aportarán enseguida la humedad necesaria para favorecer la germinación de las especies más precoces. Mientras tanto, unas pocas plantas que sobrevivieron a los duros calores estivales siguen todavía en flor, aunque ya inmersas en el desánimo otoñal. Comienza otra lenta transformación en los campos, pero algunas de las plantas que protagonizaron el verano parecen resistir, al menos durante unos días más. En las ciudades, los últimos fragmentos de naturaleza en aleatoria distribución alivian al urbanita sensible al introducir ese ciclo natural en un entorno tan gris. 

Uno de sus representantes más notorios es la hierba de San Juan (Hypericum perforatum), que no ha dejado de florecer desde el mes de junio. De ahí su nombre vulgar, pues las primeras flores vinieron a coincidir con la festividad del santo. Pero el curso estacional continúa y, al llegar los días fríos, la hierba de San Juan desaparecerá, al menos temporalmente.



Repartida por todo el mundo


Revista Quercus 320
Revista Quercus 320
Aunque nuestra protagonista es originaria de la región euroasiática, se ha convertido ya en una planta cosmopolita, presente en todos los continentes (1). Especie vagabunda y poco exigente, puede establecerse en baldíos, campos abandonados y terrenos removidos, pero tampoco es raro encontrarla en las ciudades, donde coloniza parques urbanos, cunetas y vertederos. Alcanza su mayor esplendor a pleno sol y en aquellos lugares donde el suelo es algo más rico. Aunque tolera la sequedad, prefiere terrenos con una cierta humedad edáfica. También evita los fríos muy acusados, por lo que no lograremos encontrarla por encima de los 1.700 metros de altitud. Sus nombres vernáculos son muchos, aunque hierba de San Juan es seguramente el más extendido.

También cuenta con otros ligados a este mismo santo en los otros idiomas ibéricos: verbena o flor de San Juan, hierba sanjuanera o, simplemente, San Juan, todos ellos referidos a la época que coincide con su floración más llamativa. Algunos nombres aluden a sus virtudes medicinales, como hierba de las heridas, de las machacaduras, del soldado o hierba militar (2). Por último, otro grupo de nombres alude a sus supuestas propiedades mágicas, como diablots o espantadiablillos, que más adelante comentaremos. De hecho, su nombre científico deja entrever esas fabulosas propiedades, pues el genérico procede del griego hypér (sobre) y eikón (imagen), es decir, algo así como “por encima de todo lo imaginable”. El específico, “agujereado”, se refiere a los numerosos agujerillos que se atisban en sus hojas al trasluz.

Siempre lozana


La hierba de San Juan es planta perenne, de hasta un metro de altura, y tiene las hojas pequeñas (1-3 cm), opuestas, sentadas y elípticas. La lámina foliar está recubierta de numerosos puntitos glandulares traslúcidos. Sus flores, agrupadas en ramilletes terminales, tienen cinco pétalos amarillos, cualidad típica de la familia de las Gutiferáceas. Un rasgo a destacar de sus pétalos es que son asimétricos, dentados por un lado y enteros por el otro (3). Las flores, a pesar de que carecen de perfume y néctar, son atractivas para los insectos debido a su abundante carga de polen. El fruto es una cápsula cónica que contiene abundantes y minúsculas semillas. Dichas semillas germinan con facilidad en condiciones propicias, pero pueden conservarse viables durante largos periodos de tiempo (4).
La planta permanece activa todo el verano, mientras muchas otras herbáceas van desapareciendo a su alrededor. Esta adaptación, no exenta de riesgos, le permite disponer en exclusiva de los polinizadores y florecer durante mucho más tiempo, asegurando una abundante progenie. Pero deberá enfrentarse a varios problemas. El primero consiste en evitar la deshidratación en condiciones de nula precipitación y altas temperaturas. Para ello, sus escasas y pequeñas hojas reducirán al máximo la pérdida de agua. El potente sistema radicular, compuesto de numerosos rizomas, se encargará del suministro.
El segundo problema será hacer frente a la depredación, pues la planta resulta muy atractiva en un medio donde escasea el alimento. Para defenderse, genera varias toxinas y los animales que la ingieren padecen serios problemas de fotosensibilización (hipericismo). La incidencia de la luz sobre la piel activa la hipericina, un pigmento fotodinámico que provoca enrojecimiento, quemaduras y úlceras. Los niveles de toxicidad son máximos durante el verano, para proteger la floración. En los casos más graves puede destruir incluso la retina, lo que deja ciegos a los animales afectados (5).

Calmante y antiséptica


Pero, a pesar de su toxicidad, los mismos principios activos que la protegen de los herbívoros pueden aplicarse en los humanos con fines medicinales. Las hojas perforadas y la sustancia roja que segregan las flores cuando se estrujan hicieron que, por la teoría de las signaturas, se le asignaran propiedades para curar heridas. Los religiosos, a su vez, quisieron ver en este pigmento la sangre del propio San Juan, lo que le otorgaba poderes milagrosos. Y lo cierto es que tiene propiedades vulnerarias y antisépticas. Un nombre antes citado, el de hierba del soldado, hace referencia a su uso por los militares, que debían llevarla consigo en combate. Más recientemente se ha popularizado como antidepresiva y sedante. Algunos estudios muestran que la hipericina es un potente antiviral y antibacteriano, capaz de contrarrestar el virus de la gripe y, posiblemente, también el del SIDA. Calma, además, el dolor menstrual, la ciática y la artritis. El aceite esencial extraído de esta hierba se aplica a inflamaciones, esguinces, contusiones y varices (1).
No obstante, como ha ocurrido en otros casos, sus beneficiosas propiedades se han asociado a la magia y la hechicería. Durante la Edad Media, la planta se conocía como Fuga daemonum, pues se creía que hacía huir a los demonios. El ya señalado nombre de espantadiablillos alude a su uso durante la Edad Media para ahuyentar asimismo el mal. El método consistía en quemar manojos secos de hierba de San Juan, pues los demonios odiaban la planta y sus sahumerios. La Inquisición, que por otra parte perseguía el uso dudoso de las plantas, empleó la hierba de San Juan para obligar a las brujas a confesar sus culpas. Con este propósito, se introducía un puñado de hojas en la boca del reo, con lo que no tardaba en confesar. No deja de ser una curiosa contradicción.

Bibliografía


(1) Keville, K. (1994). Herbs, an illustrated encyclopedia. Michael Friedman Publishing Group. New York.
(2) Perea, D.F. y Perea, R. (2008). Vegetación y flora de los montes de Toledo. Ediciones Covarrubias. Argés (Toledo).
(3) Ceballos, A. (1998). Plantas de nuestros campos y bosques. Editorial Andriala. Madrid.
(4) Tredici, P. (2010). Wild urban plants of the Northeast. Cornell University. Nueva York.
(5) Mulet Pascual, L. (1997). Flora tóxica de la Comunidad Valenciana. Diputación de Castelló. Castellón.

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